Pasar un día en la Luna supone soportar temperaturas cercanas a los 100 grados. El crespúsculo no resulta un consuelo para vehículos y tripulantes, ya que al dar la espalda al Sol, la superficie del satélite alcanza los -150 grados. Este contraste térmico entre las dos caras de la Luna resulta problemático incluso para la tecnología más avanzada, que requieren una potente fuente energética tras su alunizaje.
Un equipo de investigadores de la Universidad Politécnica de Cataluña, con la colaboración de sus homónimos estadounidenses, ha ideado un sistema alternativo al transporte de baterías pesadas o de energía nuclear basado en el aprovechamiento in situ de la radiación solar diurna.
La propuesta de los científicos consiste en almacenar la energía de los rayos solares durante el día y aprovecharla durante la noche a través de un sistema de modificación del suelo lunar, que incorpore aluminio en su superficie y lo convierta en una gran masa térmica, y un sistema de reflexión que concentre mediante espejos las partículas de luz en dicha zona. El calor enfocado provocaría la evaporación del líquido contenido en los tubos de aluminio, lo que a su vez generaría un aumento de la temperatura que sería transferido a un motor Stirling para producir electricidad.
Durante la noche lunar, el satélite cesa de recibir las partículas procedentes del Sol y la presión desciende hasta no superar las dos billonésimas partes de la de la atmósfera de la Tierra. El movimiento rotacional de la Luna dura aproximadamente 28 días terrestres, de modo que la noche se prolonga durante 14 de ellos, en los que se alcanzan temperaturas de -150 grados Celsius, como bien indica la agencia de noticias científicas SINC.
Las grandes agencias espaciales, como la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y La Administración Espacial Nacional China (CNSA), plantean para 2020 sus primeras misiones tripuladas a nuestro satélite, para las que resulta indispensable una respuesta certera a las necesidades energéticas de las naves.