Debido a que el dolor es una experiencia sensitiva, esto es, que relaciona una lesión real o potencial con una sensación desagradable, está condicionada por lo que opine nuestro cerebro. Así, a pesar de que tocar un trozo de hielo debería hacernos sentir frío intenso, nuestro cerebro nos transmite sensación de quemazón.
Este efecto se conoce como “ilusión de la parrilla térmica”. Y es que el dolor está condicionado por ilusiones que convencen a nuestro cerebro de sentir una u otra cosa. Así, un nuevo estudio llevado a cabo por el University College de Londres (Reino Unido) concluye que el simple gesto de cruzar los dedos disminuye el dolor.
Este efecto de “parrilla térmica” se produce por la interacción de tres vías nerviosas que conducen al cerebro información sobre el frío, el calor y también el dolor. El motivo por el que se neutraliza este efecto al cruzar los dedos es porque la temperatura cálida que se produce al cruzarlos bloquea esa información que llega a nuestro órgano pensante (la ilusión desaparece).
“El frío normalmente inhibe el dolor, pero al impedir que llegue al cerebro la sensación del estímulo frío se produce un aumento de las señales de dolor. Es como el producto de dos signos menos, que hacen un más”, explican los investigadores.
Y es que la postura, la disposición espacial de los dedos, también es clave en la sensación de dolor. Los científicos lograron demostrar que cruzando el dedo medio sobre el dedo índice, la sensación de calor se redujo en el dedo medio. Al contrario, si el dedo medio se exponía al calor y el dedo índice se enfriaba, la sensación de quemazón aumentaba al cruzar los dedos.
“Interacciones como éstas pueden contribuir a la sorprendente variabilidad en la percepción del dolor. Muchas personas sufren de dolor crónico, y el nivel de dolor experimentado puede ser mayor de lo que cabría esperar del daño tisular real. Nuestra investigación plantea la interesante posibilidad de que los niveles de dolor podrían manipularse mediante la aplicación de estímulos adicionales, como mover una parte del cuerpo con respecto a las otras. Cambiar el patrón espacial del lugar donde se produce un estímulo doloroso podría tener un efecto en las vías cerebrales que intervienen en la percepción del dolor”, aclara Patrick Haggard, líder del estudio.
El estudio, que ha sido publicado en la revista Current Biology, confirma por qué cuando nos duele algo, solemos cambiar la postura en la que nos encontramos y tenemos la sensación de que nos duele menos, porque el cerebro así lo percibe, con una visión más real de ese dolor.