¿Hubo alguna vez dos lunas iluminando el cielo nocturno de nuestro planeta? Una inquietante pregunta que podría tener una respuesta afirmativa, según el trabajo que Erik Asphaug, científico planetario de la Universidad de California en Santa Cruz, y Martin Jutzi, de la Universidad de Berna, exponen estos días en un simposio de la Royal Society sobre nuestro satélite.
La segunda luna, más pequeña, se habría formado casi al mismo tiempo que nuestro satélite y habría logrado sobrevivir durante apenas un puñado de millones de años, para chocar finalmente contra él y aplastarse, literalmente, contra su superficie.
Como ya explicaron estos investigadores en 2011, en un artículo en Nature, la “colisión lenta” de la Luna con un segundo satélite, más pequeño, podría explicar por qué las dos caras de la Luna son tan diferentes. Según su teoría, ambos satélites se fusionaron en uno solo hace millones de años tras un encuentro que duró varias horas y que dio como resultado la única Luna que podemos ver en la actualidad.
Sabemos que la Luna se formó hace varios miles de millones de años, a partir de los escombros lanzados al espacio después de que un enorme cuerpo, del tamaño de Marte, chocara contra la Tierra. Pero Asphaug y Jutzi creen que de esa titánica colisión no suegió solo una luna, sino dos. Los investigadores sostienen que tras el impacto planetario, la Luna en formación fue absorbiendo todos los objetos a su alrededor. Sin embargo, uno de esos objetos logró hacerse lo suficientemente grande como para sobrevivir y alcanzar una posición orbital estable en el sistema Tierra-Luna.
En concreto, el segundo satélite se habría acomodado en uno de los “puntos Lagrange” del sistema, aquellos en que las gravedades dela Tierra y la Luna se anulan mutuamente.
Las dos caras lunares
Los indicios de la existencia de esa “otra luna” se pueden buscar, según los investigadores, en las misteriosas diferencias que existen entre las dos caras de la Luna, la visible y la oculta. La primera está dominada por extensas llanuras de lava, mientras que en la segunda abundan relieves y colinas. Pero el contraste va mucho más allá de la superficie: La corteza lunar tiene, en la cara oculta del satélite, hasta 50 km. más de espesor que en la cara visible. Lo cual sugiere, según Asphaug, que “algo” aplastó y se deslizó sobre una de las caras de la Luna evitando que su corteza se solidficara, cosa que sí que sucedió en la cara opuesta del satélite.
Para los investigadores, la explicación más plausible para esas diferencias es un impacto con otro cuerpo, con otra luna de la Tierra. “Ocurrió una gran colisión -explica Asphaug- que afectó solo a una de las caras y que, aunque causó la fusión de toda la superficie del satélite, creó una asimetría”.
1.000 km de diámetro
Asphaug y Jutzi han creado una simulación informática en la que se aprecia que el estado actual de la Luna puede explicarse por la colisión con otro satélite “hermano” y que debió tener una masa equivalente a la tercera parte de la de la Luna y un diámetro de unos 1.000 km.
“No se trata de un típico evento de impacto en el que se forma un cráter -asegura Asphaug- un disparo directo en el que una bala excava un cráter mayor que ella. Aquí, tenemos un cráter que tiene apenas la quinta parte del volumen del impactor, y el impactor, simplemente, se aplastó contra la cavidad que había creado”.
El de Asphaug y Jutzi no es el primer intento de explicar las diferencias entre las dos caras de la Luna, un misterio que lleva décadas martirizando a los astrónomos y que ahora, por fin, podría haber sido aclarado para siempre. Por supuesto, se necesitan más datos y comprobaciones para comprobar la exactitud de la teoría. Algo que llegará, sin duda, durante los próximos años.